martes, 3 de noviembre de 2009

El tunel

El cuento elegido este mes para subir al blog, es uno con un estilo totalmente diferente a los demas. Este fue publicado por Editorial Nuevo Ser en 2009.

EL TUNEL


El mediodía era implacable. El verano era más caliente y seco que en otras oportunidades. Los reclusos salían al patio de la penitenciería, donde el calor, parecía en cierta forma, parte del castigo. El predio era de tierra y había unos paredones enormes con alambres de púas en la parte superior. En cada esquina había unas especies de torres, donde los guardias vigilaban cada acontecimiento con mucha atención. La cárcel era bastante antigua y se había elevado al rango de máxima seguridad. En la medida que todos salían al patio, se podía percibir como se iban armando los diferentes grupos o pandillas. Casi siempre, al final de la fila de presos que venían desde el comedor, aparecía Mario Heredia, escoltado por sus compañeros de celda. No era el más viejo de la cárcel, pero tal vez, era de los más respetados. La dureza en su rostro, hacía temblar a quien se enfrentara directamente con el y ya se había cargado a más de un líder de otras bandas internas. Hacía diez años que Heredia estaba preso y solo un milagro lo pondría en libertad. También era consciente de las miradas severas de los guardias sobre el, esto hacía que se sentara siempre en unos viejos bancos al costado de lo que hacía las veces de cancha de fútbol. Solo algunos días, cuando no hacía tanto calor, dedicaba algunos instantes a levantar las oxidadas pesas del gimnasio improvisado al aire libre. Siempre estaban al lado de Heredia, el tano (nadie conocía su nombre exacto) y Héctor Guimaraes, el “brasuca”.
- Brasuca, ¿hablaste con Villegas? ¿Cómo va todo?
- Lo ví en el comedor y me dijo que nos quedáramos tranquilos, Mario. Está todo bien, no es fácil pero está todo en marcha.
- No quiero que se estire mucho tiempo más. A alguno se le va a escapar algo y no quiero quilombos.
Hacía un mes que Villegas había hablado con Mario, acerca de un proyecto que tenía en mente. Como el edificio era bastante antiguo, algunos reclusos, habían descubierto ciertos sectores en los pisos de algunas celdas, que eran lo suficientemente blandos como para intentar cavar un túnel. La celda elegida para iniciar el trabajo, era la de Villegas y Mario, estaba al tanto de todo lo que pasaba al respecto. La idea era sencilla: cavar un túnel que los llevara a la parte posterior de la cárcel que daba a un campo. El largo del conducto sería de unos veinticinco metros y los involucrados en esta maniobra eran seis o siete nada más. Todos estaban implicados en la excavación, menos Mario, que era seguido muy de cerca por los guardias. Esta circunstancia era aprovechada para distraer la atención de los otros que estaban trabajando en el túnel. Todo estaba perfectamente cuidado. La tierra que se extraía se tiraba en los retretes de las celdas, para no dejar huellas, siempre alguno se quedaba en la puerta para vigilar la presencia de los guardias y evitar así que descubrieran el hoyo. Los turnos de trabajo eran cortos en tiempo debido a que lo estrecho y húmedo del terreno, restringía la capacidad del trabajo de los presos. De cualquier manera, Heredia había puesto un límite de tiempo, que no debía pasar las cuatro semanas. Nadie se atrevía a contradecirlo, era cierto que se necesitaba un poco más de tiempo para hacer las cosas bien, pero la orden era clara. Mientras se trabajaba en el túnel, Mario estudiaba como llevar adelante el escape. Elegir el mejor momento y horario para que esto pasara desapercibido para los guardias, quienes demostraban una gran efectividad a la hora de desarticular cualquier intento de fuga. A los pocos días, Villegas se cruzó con Mario en el patio. No hablaron, solamente fue un cruce de miradas que resultaba mucho más explícito que mil palabras. Mario se dirigió directamente al banco que ocupaba habitualmente y esperó que llegaran sus amigos, con la paciencia de quien sabe lo que hay que hacer.
- Ya está todo listo, Mario. – dijo el tano por lo bajo.
- Lo vamos a hacer mañana. Hoy es día de visitas y hay mucho revuelo afuera. No quiero ningún tipo de interferencias. – Mario sabía de lo que hablaba. Tenía todo absolutamente medido.
Esa noche fue diferente para ese puñado de reclusos que gozaban de una libertad anticipada. Mario no durmió. Pensaba en lo que haría el día siguiente. Los muchachos del bar lo esconderían algunos días hasta que se olvide todo. Pensó en el reencuentro con Martha, la compañera de toda la vida. Ella sufría como nadie, pero soportaba en silencio la ausencia de su marido. Ella no hubiera estado de acuerdo con la fuga. Martha quería que Mario cumpla la condena y luego poder comenzar una nueva vida lejos de ahí. Pero el espíritu rebelde e indomable de su marido no le permitía quedarse un minuto más en la cárcel. El tano y el brasuca, tampoco durmieron. Cada uno a su modo, disfrutaba el dulce sabor de la libertad cercana. El día indicado llegaba por fin. No estaban nerviosos. Solo era la sensación de vértigo que la adrenalina aporta. Ese día era normal para todos, menos para ese puñado de hombres dispuestos a correr el riesgo de la fuga. Por la tarde, se ultimaron algunos detalles, Villegas le había asegurado al brasuca que estaba todo listo y solo faltaba tomar la decisión. Al caer la noche, todos volvían a sus celdas. Mario había colocado la traba en los pestillos de las celdas para que en el momento del cierre, quedaran secretamente abiertas, y de esa manera, por la madrugada, huir. El tano, vistió las almohadas que ocuparían sus lugares. De esa manera, hasta que descubrieran sus ausencias, ellos ganarían algo más de tiempo para esconderse. Se apagaron las luces de los pasillos y el ruido de las trabas de las celdas marcaban el final de un nuevo día para todos. Pasada la medianoche, apenas eran visibles las sombras de Mario y sus amigos, al desplazarse por el pasillo hasta la celda de Villegas. Todo era muy sigiloso, muy lento, muy estudiado. Entraron y los gestos en la penumbra eran suficientes para entenderse. Mario se agachó ante la cama y pudo vislumbrar el oscuro agujero que lo llevaría a la libertad. Detrás de el, se deslizó el tano, el brasuca, Villegas y los otros dos que habían trabajado en el túnel. El hoyo era estrecho y húmedo. Apenas se podía maniobrar con los brazos para avanzar hacia el objetivo. De repente, Mario, vió en el fondo del túnel, una luz, un resplandor. Recordó el reflejo de la luna que entraba en su celda a través de las rejas y avanzó seguro hacia la luminosidad del final. Todos lo seguían. En la medida que se acercaban a esa luz, Mario percibió como el túnel se iba agrandando. Ya no le resultaba tan incómodo como al principio. No sentía la humedad ni el tufo del encierro. Ya estaban cerca del final. Repentinamente ese fulgor se agigantó y ocupó todo el espacio. Mario sintió que se podía parar. Giró y vió al tano, al brasuca, a Villegas y los demás parados detrás de el. Se abrazaron y saltaron sin hacer ruido. Mario siguió mirando a su alrededor pero la iluminación lo enceguecía. No sabía bien adonde estaba, pero sentía una plenitud nunca antes sentida, al igual que los otros. Siguieron caminando juntos por la luz. Estaban al fin libres.

- ULTIMO MOMENTO. – Mostró la placa plena del canal de noticias. – Frustrado intento de fuga en la cárcel número ocho de nuestra ciudad. Al parecer, un grupo de reclusos, cavaron un túnel para escapar y mientras llevaban a cabo la huída, se derrumbaron las paredes del conducto subterráneo quedando todos adentro del mismo. Hasta el momento, serían seis los muertos en este accidente. Ampliaremos en el noticiero central.