domingo, 2 de agosto de 2009

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Aqui estoy en la presentación del libro junto a Ever Luduena (un personaje desopilante)

Y pensar que todo empezó como un juego...

Cuándo empecé a escribir? Podría decir que a la tierna edad de seis anios en la escuela (haciendo gala de un humor previsible y barato). La verdad es que por las actividades que tuve (esto será material para otra entrega), siempre desarrollé algunas ideas más o menos creativas. Hace dos anios, en una radio de una localidad cercana (Arteaga), escuché la convocatoria a un certamen literario, orgnizado por editorial Homo Sapiens, diario La Capital y Sport 78 (todos de Rosario). Este certamen era específicamente de cuentos sobre temas relacionados al deporte. Esta area (la del deporte), nunca fue mi fuerte, pero tenía una vieja idea de escribir sobre una fantasía. Así es que decidí escribir este cuento y enviarlo a la dirección para participar en este nuevo desafío para mi. A los pocos meses, me llaman desde la editorial informándome sobre la selección de mi trabajo, para una edicion de una antologia de cuentos sobre deportes. La alegría fue inmensa, era la primera vez que escribía algo mas o menos en serio y era elegido. Fue así que en diciembre de 2007, asistí a la presentacion de "Cuentos por deportes" en la ciudad de Rosario. Aquí les comparto este primer trabajo publicado. Ojalá lo disfruten tanto como yo, cuando lo escribí:



"EL GOL DEL CAMPEONATO"



Hay cosas que quedan grabadas en la memoria. Momentos, personas y situaciones que formaran parte de nuestras vivencias y recuerdos. Este, es el caso de Antonio Rubén Almada, Almadita en el barrio. En nuestra infancia, vivíamos casa de por medio en el humilde Fonavi de las afueras del pueblo. La calle era de tierra y en la cuadra de enfrente estaba el campo mismo. En la esquina había un baldío grande donde pasábamos jornadas completas, jugando con los demás chicos de la cuadra. Con Antonio, por las tardes, volvíamos de la escuela en bicicleta y no demorábamos más de cinco minutos en sacarnos los guardapolvos y volver a la vereda para ir a jugar a la esquina. Casi siempre, después de pasar un buen rato divirtiéndonos en grupo, volvíamos a mi casa y mi mamá nos esperaba con una merienda abundante, a la que dábamos cuenta en un abrir y cerrar de ojos. Mirábamos un rato la tele y luego llegaba la fatídica hora de los deberes. Nuestra infancia era indudablemente feliz, esperábamos cada día con el único fin de ir a la esquina a jugar. Como éramos todos varones, casi siempre se armaba algún picadito. A pesar de ser un barrio humilde, nunca faltaron pelotas a la hora del partido. El padre de uno de los chicos de la otra cuadra, había hecho un par de arcos de hierro en la fábrica donde trabajaba. De esa manera se evitaba más de una pelea a la hora de resolver si la pelota había pasado por el lado de adentro o de afuera de esos postes imaginarios, que tenían como base la remera de alguno de nosotros. Antonio no era de jugar, el prefería sentarse a un costado y observar con gran detenimiento las acciones de los jugadores. En la medida que fuimos creciendo, cada uno se fue desarrollando en diferentes aspectos, pero los sábados por la tarde, confluíamos al campito de la esquina como llamados por alguna voz interior. Muchas veces, se agregaba gente nueva, pero básicamente éramos siempre los mismos. Antonio se sentaba en un costado como era de costumbre y ahora tenía una libreta donde anotaba las diferentes acciones del juego. El decía, que le divertía más ver el partido que intentar jugar. A veces, en los cortes del juego me llamaba a un costado y me recomendaba cambiar de posición o de lugar en la cancha. Yo pensaba que hubiera sido un buen director técnico, aunque quizás, no tenía carácter para eso. Era más bien retraído y tímido, pero cada comentario que hacia respecto de algunos detalles tácticos, eran muy acertados. Al terminar los partidos, íbamos a compartir algún copetín con los muchachos a la sede del único club que había en nuestro pueblo. Una cálida tarde de verano, lo veo a Antonio, parado frente a un pizarrón que había adentro, leyendo uno de los tantos cartelitos de publicidad. Anotó algo en la libreta que siempre lo acompañaba. Como siempre, terminaba en la mesa con nosotros tomando algo, pero era como si no estuviera. Era muy silencioso y prudente a la hora de hablar. Al final de la reunión, quedamos solos y nos volvíamos caminando para el lado de nuestras casas y le pregunté que le había llamado tanto la atención en el pizarrón. Recuerdo que me desvió la conversación y en eso, yo lo respetaba mucho. Sabía que era reservado, pero al día siguiente, por pura curiosidad, me acerqué hasta la sede para ver de qué se trataba. Entre todos los carteles informativos de las diferentes actividades que tenía el club, había una publicidad muy llamativa que decía: “Escuela de árbitros” y dejaban un teléfono para informes. Durante un par de semanas, no lo vi a Antonio, lo cual no era raro, ya que tenía entendido que estaba de novio con una chica de una ciudad vecina. Viene a mi memoria la tarde de uno de los sábados que nos juntamos, donde Antonio se apareció en el campito y yo lo noté más locuaz de lo normal, más desenvuelto. Igual que siempre, se sentó en un costado y seguía anotando en su cuaderno, cosas que observaba en el partido. Cuando nos fuimos para la sede, le pregunté que estaba haciendo y ahí me confesó lo de la escuela de árbitros. Se lo veía muy entusiasmado. Al poco tiempo me llama por teléfono a mi casa y me invita a ver su debut como referí en un partido de infantiles. Naturalmente fui a presenciar su participación. Revive en mi memoria la entrada de los árbitros a la canchita del club. Antonio lucía una impecable casaca negra, al igual que el pantaloncito y las medias. Se había peinado a la gomina y tenía el rostro serio y circunspecto que ameritaba la ocasión, más allá de que fuera un encuentro entre chicos de diez años. A partir de ese momento, Antonio se dedicó a seguir con su carrera de árbitro, estudiando y perfeccionándose todo lo que podía. Ya era muy reconocido en la zona cuando lo llamaron para dirigir en la primera de la liga regional. Todavía veo la cara de alegría que tenía cuando me lo contó. Estaba radiante, resplandeciente, evidentemente estaba cumpliendo un sueño. La semana previa al partido, se lo percibía muy reconcentrado. Incluso en la sede se lo veía estudiando el reglamento. Siempre fue muy responsable en todo y en esta instancia más que trascendente en su vida se lo notaba más aplicado aún. La tarde del partido, llegamos más temprano de lo normal, a la cancha donde debutaría en primera nuestro querido Antonio, con algunos de los amigos de la barra. El ingreso de la terna arbitral era el momento más esperado por nosotros y la verdad es que no lo reconocimos a Antonio, parecía más flaco, pálido. De cualquier manera, tenía el rostro circunspecto y rígido que tienen todos los referís del planeta. Impecable como siempre, con la pelota bajo el brazo y un andar contundente. Todos aplaudimos con la pitada inicial, algunos plateistas cerca nuestro nos miraron con sorpresa. No entendían que significaba este partido para el árbitro principal y por ende, para nosotros. Al final del encuentro, esperamos a Antonio afuera de la cancha. Recuerdo verlo salir con su bolsito al hombro y su inseparable libreta en la mano. Nos confesó después en la sede, que se había puesto muy nervioso antes de entrar en el campo de juego y que casi renuncia antes de empezar. Con el tiempo, fue juntando experiencia y jerarquía dentro de la liga. Todos le reconocían la justeza de los fallos y como recorría la cancha para estar bien posicionado en todas las jugadas. A pesar de ser tan valorado y haber cumplido con su meta, una tarde, Antonio me contó que aun tenía un sueño por cumplir. No me explicitó más que eso y la verdad es que recién ahora, después de que pasó lo que quizás no debiera haber pasado, entiendo lo que me quería decir.
Hacía casi dos años que Antonio dirigía en la primera de la liga, cuando llegó el día que quedará grabado en el puñado de personas que fuimos hasta Arequito, a ver el partido entre Belgrano y Alumni de Casilda. No había puntos importantes en juego, era uno de esos partidos donde el clima es tranquilo, muchas familias se habían acercado y el ambiente era realmente de fiesta deportiva. Incluso había poca policía en las cercanías del club. Todo era muy normal hasta ese momento. Entran los equipos a la cancha, e ingresan los árbitros, como siempre, capitaneados por Antonio. Todo estaba dado para pasar una autentica tarde futbolera y así, nos aprestábamos a vivirla. Pitazo de inicio, mueve Belgrano de Arequito. Nos habíamos ubicado cerca de los vestuarios en una zona de simpatizantes neutrales. Como era habitual, la hinchada local, vitoreaba a su escuadra y no escatimaba en insultos a los rivales. Todo era muy pintoresco, muy folklórico. Las jugadas se sucedían en un encuentro bastante aburrido y mediocre, mientras que el trabajo de Antonio, era absolutamente impecable como siempre. En el entretiempo, fui con uno de los muchachos hasta el buffet de la cancha, a buscar unos choripanes con gaseosas. Como es común en las instalaciones de los pueblos, siempre hay muchos árboles cerca del buffet y era muy divertido escuchar las inefables criticas tácticas de los fanáticos, mientras devorábamos lo que comprábamos. Como hacía bastante que solo íbamos a la cancha para ver jugar a Antonio, podíamos apreciar las diferencias entre hinchas e hinchadas. Volvimos hasta el borde de la cancha para ver el segundo tiempo. Mientras ingresaban los jugadores, Antonio ya estaba ubicado en el círculo central presto al inicio del encuentro. A lo lejos nos divisó y levantó la mano para saludarnos, se lo veía radiante y feliz. El inicio de la segunda etapa no era muy diferente a la primera en lo que acontecía al juego. Habrán pasado unos veinte minutos, cuando un corner para los locales, cambió la historia del partido. Los defensores forcejeaban con los delanteros mientras esperaban el disparo de la esquina, Antonio observaba de cerca las circunstancias dentro del área y se ubicó un poco más atrás de la medialuna. Cuando el jugador ejecutó el tiro de esquina, la pelota se elevó dibujando una clara comba en el aire. El remate fue muy abierto y pasado, todos los jugadores levantaron la mirada observando como el balón cruzaba el área a una altura considerable, cuando de repente, la pelota rebotó contra el pecho de Antonio, quien la dominó con la frialdad y el temple de un delantero de selección. Clavó la vista en la pelota, y antes de que tocara el piso, la empalmó con la parte externa del botín izquierdo, haciendo que el esférico saliera disparado como un balazo recto, clavándose en el ángulo más alejado del arquero de Alumni, quien no atinó a moverse. El claro instinto de Antonio, hizo que girara la cabeza para mirar al juez de línea, que se mantenía inmóvil. Nunca olvidaré la expresión en el rostro de Antonio, cuando salió corriendo en zigzag con los brazos extendidos como un avión, mirando al cielo, gritando el gol. Intentó unos pasos de baile frente al banderín del corner, puso una rodilla en tierra y levantó el puño. Era una seguidilla de festejos alocados los que dibujaba Antonio en una mezcla de locura y diablura infantil. Por la factura del gol, en cuanto a precisión y espectacularidad, se podría decir que la cancha hubiera ovacionado de pie a semejante obra de arte, pero el mutismo de ambas parcialidades, jugadores, medios periodísticos y todos los demás que poblábamos las instalaciones, era la única forma de expresar tamaña sorpresa. Poco a poco, se empezaron a escuchar unas sonrisas nerviosas de los que estaban en el tablón y no faltó quien le hubiera gritado alguna barbaridad. Una señora que estaba al lado mío, me aseguró que debía ser una cámara oculta para el canal local. No cabía en la cabeza de nadie, otra posibilidad de que no fuera más que un chiste. Miré al grupo de muchachos que acompañábamos habitualmente a Antonio adonde dirigiese y ninguno atinamos a articular palabra alguna. Entró uno de los colaboradores a la cancha, acompañado por uno de los dirigentes locales y se acercaron hasta donde estaba Antonio aun gritando su conquista. Se había quitado la casaca y la revoleaba como si fuera un poncho, sabiendo incluso, que ante un árbitro de la categoría suya, le hubiera costado una tarjeta amarilla. Lo tomaron de un brazo y lo llevaron hacia los vestuarios. Antonio no se resistió y seguía festejando el gol. Los demás jugadores hablaban entre ellos, intentando adivinar como seguiría el encuentro, aunque en realidad eso no le importara a nadie. Regresamos a nuestro pueblo y nos acercamos hasta la sede del club, como era de costumbre. La noticia ya había llegado a través de los que seguían los partidos por la radio. Todos tratábamos de buscar alguna explicación a lo ocurrido, más allá de que no habíamos podido hablar con Antonio. Se habría vuelto loco, sería alguna promesa por cumplir o simplemente la pelota lo sedujo dejándose caer mansamente en su pecho y no pudo menos que acariciarla, dándole el destino que debe tener todo balón, que es la red del arco… quien sabe. La noticia trascendió a los medios nacionales, que de inmediato enviaron reporteros para hablar del tema. Uno de ellos, en la sede del club, intentó hacer una nota con nosotros para averiguar que conducta extraña había en Antonio, evidentemente lo obligaban a conseguir o en todo caso a inventar una historia por demás de absurda, al menos para nosotros. Lo echamos a patadas del pueblo y nos negamos a hacer cualquier tipo de declaración, que pusiera en duda la integridad de nuestro amigo. Por un tiempo largo, no lo vimos a Antonio, alguien contó que lo habían alejado de la dirección de encuentros y que estaba bajo tratamiento psiquiátrico. Desde ese momento, dejamos de ir a las canchas los domingos. Habrá pasado cerca de un año cuando un sábado por la tarde, después de volver de jugar en la canchita con los muchachos, tocan el timbre de mi casa. Cuando abrí la puerta lo veo a Antonio, muy flaco, medio avejentado, pero con una sonrisa de oreja a oreja. Vestía de manera muy humilde, pero pulcra, tenia como era su costumbre, la libreta negra bajo el brazo. Cuando al fin pude reaccionar, nos abrazamos muy fuertemente y por un instante, creí estar soñando. Nos sentamos en la cocina, como cuando éramos chicos y no parábamos de hablar. Yo no le quería mencionar el suceso del partido en Arequito, sabía que si el quería, me iba a contar. Y así fue.
- Mirá Gallego, vos me conocés de pibe y no te voy a mentir. Si yo tenía un sueño por cumplir, era el hecho de ser goleador. Viste que mi carácter es más bien corto y de chico me costó siempre sobresalir en cualquier actividad, sobre todo la deportiva. Cuando empecé a dirigir, sentí que me iba acercando a lo que más quería. Poder entrar con la pelota a la cancha, como si fuera el dueño, hacer valer los fallos, que se yo… tener autoridad en definitiva, me permitía estar cerca del sueño. Te juro que más de una vez, alguna pelota picando en el área, me sacudía interiormente, pero ninguna como el centro de Benítez esa tarde. Te podría asegurar que cuando la vi, casi flotando en el aire, desde lo más profundo de mi alma, sentí que no podía desperdiciar esta oportunidad y… bueno, que te voy a contar si vos lo viste. Que golazo madre mía! Cada vez que veo el video no lo puedo creer. Perfecta la maniobra. Decime si no tengo razón.
Qué le iba a decir, si tenía razón. Un gol del que aun hoy, se sigue hablando en cada cancha de la liga. Mientras me contaba todo, abrió la libreta y me mostró lo que tan celosamente guardaba en ella. Era una serie de dibujos donde se apreciaban diferentes poses de jugadores pateando la pelota y algunos arcos con esas marcas típicas de las miras telescópicas, adonde debían apuntar con el disparo. Se notaba la evolución del dibujo, desde que era un niño hasta ahora, y si algo me llamó la atención, fue que el gol que hizo en Arequito, lo tenía estudiado hasta el cansancio. Después me preguntó por los muchachos, hablamos de chismes del pueblo y algunas pocas cosas más. Cuando nos despedimos, el seguía radiante de felicidad como cuando había llegado, y medio que ahí me di cuenta de esto que te quiero contar. ¿Vos te diste cuenta que algunas veces uno quiere cumplir con un sueño y termina reprimiéndolo? Antonio pasó a ser una especie de referente en eso. Le importó un pito que dijeran que estaba loco o el montón de barbaridades que se habló acerca de el, solo porque se dio el lujo de hacer realidad su fantasía. Y pensar que el me decía que era corto de carácter. ¿Sabés cuantas cabezas de ventaja nos lleva? Ojala yo pudiera cumplir con alguno de mis sueños… Hace varios años que lo veo muy de vez en cuando, se casó con esa chica de una ciudad vecina y creo que trabaja de albañil o haciendo algunas changas. No se acercó más a ninguna cancha y me contaron que ahora, está en un grupo de teatro. Quien sabe que nuevo sueño está por cumplir.